Wednesday, September 14, 2011

CAMBALACHE by TOMÁS LATINO

Fernando IX University

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Parece que el ideal, la poesía y la espiritualidad son valores sin vigencia en el mundo materialista en que vivimos. La estética que no se inserta en el mundo del comercio es de plano rechazada. Y ya no hay lugar ni ocasión para estimular la solidaridad y el altruismo. Los sistemas educativos solo se dedican a formar gente productiva y a promover actividades rentables. La mística del arte como engrandecimiento del alma humana es cosa del pasado y el contacto con él parece innecesario en nuestra sociedad de consumo. Recordamos con nostalgia como el teatro en la antigua Grecia era un culto y las artes reverenciadas. Los veinte mil atenienses que habitaban la ciudad en el siglo V a c, asistían al anfiteatro como un lugar de adoración al dios Dionisio, cuyo sacerdote tenía una silla especial labrada en piedra y esculpida con los símbolos divinos y desde la cual presidía la ceremonia teatral y observaba junto al público la representación de las historias de los dioses y héroes basadas en los mitos homéricos y en las epopeyas del pueblo griego. Es de anotar entonces que ese lugar en donde tenía presencia escénica lo cultural y lo cultural era por antonomasia considerado como un lugar sagrado. Ya en Europa su derivado medieval, el teatro a la italiana desde su concepción y hasta nuestros días fue también a su manera estimado como un espacio sagrado. A pesar que ni la presentación montada por los actores y actrices, músicos y bailarines, ni el propósito de los espectadores era venerar a una deidad fue siempre apreciado como un sitio de respeto, actitud que era motivada por la presencia del rey y también por su disposición arquitectónica similar a un templo; también lo era por las convenciones y códigos establecidos de un ceremonial escénico dispuesto y trasmitido para un conglomerado receptor activo y adepto; por la ardua y disciplinada preparación física y espiritual del grupo de los actuantes; por la pasión y entrega con que se abordaba la tarea artística y por la minuciosa adecuación de la parafernalia ritual de todos los componentes. Cuenta la tradición que el espectador que pisaba por primera vez un escenario de estos penetraba en el éxtasis de una experiencia poco común, en donde las paredes del cubículo escénico parecían hablar, llenas de una energía emotiva transpirada por los poros sensibles de los actores y por la presencia convocada de algún dios del histrionismo o alguna musa del arte. El escenario teatral ha sido sin duda un espacio sagrado. Desde el renacimiento hasta la época moderna estos lugares han sido muy exigentes en su protocolo ritual y en ellos solo han logrado presentarse compañías y figuras de una reconocida calidad artística que merecieran ser acogidos en tan prestante recinto. Estos teatros en otro tiempo tenían dispuesta una pared en el pasillo de los camerinos para que a manera de un mural los artistas consignaran sus firmas y mensajes con pluma y pincel y las conservaban para la posteridad del edificio y para orgullo de sus administradores. Hoy vemos con tristeza como desde que nos han invadido las políticas neoliberales, el Estado se ha desentendido como patrocinador del arte y la cultura y ha lanzado al mercadeo indiscriminado y a la cruel competencia a instituciones culturales oficiales y privadas que por el hecho de administrar un edificio teatral se ven obligados a pagar impuestos al deporte entre otros y a autofinanciarse. Entonces a regañadientes deben recibir en su espacio sagrado a todo tipo de clientes de cualquier procedencia y con los más dispares propósitos y con una sola condición: pagar el alquiler. Es así como un ejército de leoninos representantes de firmas comerciales, religiosas e institucionales han venido profanando los escenarios de los más antiguos y tradicionales teatros convirtiéndolos en lugar de ventas y promociones o como tinglado para graduar militares o bachilleres. Un desfile impresionante de clausuras de colegio, cantantes trasnochados de la nueva ola, cómicos de pacotilla, charlatanes del mejoramiento personal, concursos de fisiculturistas y conferencias de agoreros, vendedores de champúes y pasarela de los más cursis desfiles de modas han incursionado en los espacios sagrados desplazando sin piedad las voces literarias, las notas sinfónicas y los cuerpos dramáticos que por cientos de años protegieron diosas y musas en los más tradicionales teatros del país.
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