Por: JAIME LOZANO RIVERA*
En la historia ha quedado registrado que 12 días después del golpe militar que derrocó a Salvador Allende Gossens, falleció Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido con el seudónimo de Pablo Neruda. El certificado de defunción del premio Nobel de la literatura indica que murió de “cáncer prostático metastizado” el 23 de septiembre de 1973. Sin embargo, Manuel del Carmen Araya Osorio, chofer y asistente personal del poeta durante sus últimos meses de vida, sostiene que fue envenenado por agentes de la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte (1973-1990). Después de los sucesos del 11 de septiembre, el literato iba a exiliarse a México junto con su esposa Matilde Urrutia. El plan era derrocar al tirano desde el extranjero en menos de 3 meses. Le iba a pedir ayuda al mundo para echar al uniformado golpista, pero antes de que tomara el avión, aprovechando que estaba recluido en una clínica, le aplicaron una inyección letal en el estómago, asevera Araya Osorio. Hoy, con 65 años de edad, cuenta que se convirtió en secretario personal del vate a los 26 años. “El Partido Comunista, donde yo militaba desde muy joven, me asignó en noviembre de 1972 la misión de cuidar de Neruda. El acababa de regresar a Chile, tras renunciar a la embajada de Francia por su enfermedad”. Araya Osorio se trasladó a la casa del escritor y de su mujer en Isla Negra, una pintoresca localidad costera al noroeste de Santiago. En esa vivienda, hoy convertida en museo, también residía Laura Reyes, hermana de Neruda y otros 3 empleados. En esos meses se convirtió en el hombre de confianza del poeta: le compraba la prensa, le servía el desayuno, recorrían juntos mercados y casas de antigüedades y lo trasladaba donde fuera preciso en un automóvil marca Citroën. Araya Osorio comenta que jamás el cáncer le impidió a Neruda hacer vida normal: pesaba cerca de 100 kilos, recibía y visitaba a sus amigos intelectuales y políticos. Nunca dejó de escribir. Eso no hubiese sido posible estando grave”. De hecho, el poeta terminó sus memorias “Confieso que he vivido” el 14 de septiembre de 1973, nueve días antes de su deceso. “Escribo estas rápidas líneas de mis memorias a solo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte a mi gran compañero el Presidente Allende”, señaló en su último texto. Lo hizo pese a la presencia de militares y marinos, que tras el golpe de estado, al mejor estilo hitleriano, allanaron, saquearon y destruyeron su casa. El autor de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” era amigo y uno de los férreos partidarios del gobierno de Allende. Eliminar a Neruda habría podido ser un objetivo claro de Pinochet. El prestigio internacional del poeta y su eventual exilio en México se convertiría en un asunto incómodo para el gobierno de facto. En realidad, Neruda era una piedra en la bota de los militares. Por su extracción social y convicción, era un hombre comprometido con el sufrimiento de los humildes. En sus memorias recordó “…había que decidirse entre la pobreza terrible de las regiones mineras y la gente elegante llenando su country club (…), no deseo ver a los soldados, a los oficiales de Chile transformados en áscaris, cipayos o espahís de una nación por grande que sea. Si esto es atacar a las fuerzas armadas, declaro que no me arrepiento y que seguiré en la misma línea, seguro de que con ello defiendo también el nombre y alto interés de la patria y no su interpretación politiquera”. El Partido Comunista, por motivos de seguridad, hizo circular la versión de que el poeta estaba grave, para tratar de protegerle y que escapara del asedio. Se hizo público que estaba más delicado de salud que lo real. El entonces Presidente de México, Luis Echavarría Álvarez, envió a su embajador en Chile el 16 de septiembre para que ofreciera asilo al escritor y a su cónyuge. Neruda aceptó la oferta. Sobre este suceso, Araya Osorio rememora: “fue entonces cuando se organizó un operativo para trasladarlo desde Isla Negra a Santiago, donde ambos se iban a embarcar. Neruda viajó en ambulancia el día 19. Iba acompañado de su señora. Yo, de cerca los seguía en un Fiat 125. El trayecto que normalmente se realizaba en 2 horas, se prolongó hasta 6, los militares nos detenían una y otra vez en búsqueda de armamento. Fue muy humillante. En Melipilla fue el control más maldito. Allí Neruda vivió el momento más terrible… Los militares lo bajaron de la ambulancia y le registraron el cuerpo y la ropa. Decían que buscaban armas. El pedía clemencia. Decía que era un poeta, un premio Nobel, que había dado todo por su país y que merecía respeto. Para ablandar sus corazones les decía que iba muy enfermo, pero las humillaciones continuaban. En un momento lloramos los 3 tomados de las manos porque creíamos que así iba a ser nuestro fin”, narra el asistente. El bardo ingresó ese mismo día en la clínica Santa María de la capital Chilena. Según Araya Osorio, se hizo así para esperar en paz la salida a México. Al decir de Gonzalo Martínez Corbalá, a la sazón embajador Mejicano en Chile, la salida del país estaba programada para el 22 de septiembre. “Pablo aceptó hasta el punto que me dieron sus maletas y las de Matilde y un paquete con un manuscrito de Confieso que he vivido, escrito con tinta verde que usaba”. El día previsto, sin embargo, cuando fue a buscarlos al hospital para dirigirse al aeropuerto, Neruda le pidió que pospusiera el viaje para el 24, sin mediar razones. Esta conversación, sostenida un día antes de la muerte del escritor, se ha convertido en un hecho clave, pues si en verdad hubiese estado tan grave, no podría haber platicado con el diplomático. No estaba en estado catatónico: “hablaba con toda normalidad, se veía muy dueño de sí mismo…, caminaba sin problemas por la habitación de la clínica Santa María mientras preparaba su salida al exilio”, enfatiza Martínez Corbalá. Por su parte, Araya Osorio recuerda que el 23 de septiembre, el poeta chileno le pidió que fuera con Matilde a Isla Negra, ya que quería rescatar algunos objetos personales que pretendía llevarse al país azteca. “A eso de las cuatro de la tarde, cuando guardábamos las cosas, recibimos una llamada telefónica. Era Neruda. Nos pidió que regresáramos de inmediato a Santiago porque se sentía muy mal. Dijo que, mientras dormitaba, un médico había entrado a su habitación y le había pinchado en la guata (el estómago). Regresamos de inmediato a la clínica. Lo encontramos afiebrado, rojo e hinchado”. Refiere Araya Osorio que, en ese instante, uno de los médicos se le acercó para pedirle que saliera de la clínica para comprar un fármaco necesario para el escritor. “me dijeron que no iba a encontrar el medicamento en el centro y que debía ir a la periferia de la ciudad a una farmacia de la calle Vivaceta o Independencia. Aunque me extrañó, seguí las instrucciones. Estaba en juego la vida de Neruda”. Cuenta Araya Osorio que en medio del desplazamiento, dos automóviles interceptaron su vehículo. Un grupo de hombres lo sacó a la fuerza, lo tiró al suelo y le propinó un tiro por debajo de la rodilla. Todavía conservo la cicatriz de aquella herida, dice levantándose el pantalón. Luego lo condujeron al estadio Nacional, uno de los centros de detención y tortura instalados por la dictadura. Este episodio, años después sería reseñado por la viuda del poeta en sus memorias, “Mi vida junto a Pablo”: “Ya se acercaba la tarde y mi chofer no había aparecido. El había desaparecido con nuestro coche y con él yo perdía la única persona que me acompañaba en todas las horas del día”. ¿Por qué tardó 38 años en denunciar el presunto asesinado?, se le inquiere al chofer y asistente personal del escritor. Durante la dictadura, no me atreví a hacerlo por falta de garantías. Tras el retorno a la democracia, fui muchas veces al Partido Comunista de Chile pero nunca me hicieron caso. Lo único que quiero es que el mundo sepa que Neruda fue asesinado, explica Araya Osorio. Las acusaciones del testigo han dado lugar a una investigación. La duda es, ¿le inyectaron Dipirona para calmarle los dolores del cuadro oncológico, como dice el galeno de la clínica Santa María, o le inocularon veneno, como afirma el testigo?. El ministro Mario Carroza, quien indaga las causas de la muerte del poeta, tendrá que decidir si exhumará los restos del premio Nobel de literatura de 1971. No es una labor fácil determinar si Neruda murió por una causa distinta del cáncer que lo aquejaba. La clínica Santa María donde falleció informó que no conservaba el historial médico del escritor, dado el transcurso del tiempo. Sobre el particular, el representante del Partido Comunista opinó: “La negativa de la clínica levanta una fuerte sospecha de complicidad y encubrimiento. Es imposible de imaginar, no solo porque tiene la obligación de preservarlas, puesto que la ley dispone que los hospitales públicos y clínicas privadas deben mantener las fichas por lo menos 40 años, además hay que considerar que no estamos hablando de un paciente desconocido… se trata del historial médico de uno de los únicos dos premios Nobel que ha tenido este país, quizás el chileno más universal, por lo tanto, parece bastante curioso y sugestivo que no exista su ficha en la clínica Santa María”. El Servicio de Medicina Legal invocando las mismas razones temporales, considera que los restos del poeta ya están reducidos, por tanto, no van a entregar ninguna evidencia explícita. En ese escenario, es probable que nunca se sepa con certeza si la muerte de quien ha sido catalogado como el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas, haya sido inducida.
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